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¿POR QUÉ TE PASAS LA VIDA

LUCHANDO CON TUS PENSAMIENTOS?

¡TUS EMOCIONES NEGATIVAS

NO SON EL PROBLEMA!

Quédate y descubre cómo puedes

cambiar esa realidad…

Hola, me llamo Vicente Simón. Soy médico, psiquiatra y autor de 5 libros sobre mindfulness (meditación).

Ante todo me gustaría decirte, que si estás aquí, es porque tienes un deseo de cambio.

Ese deseo implica querer ser mejor persona, ser más consciente, más bondadoso y, en resumidas cuentas, mejorar en general.

También pienso que ese cambio que estás buscando, va sobre el deseo de comprenderse a sí mismo/a, implicando la realidad que nos rodea y el modo cómo nos relacionamos con ella.

O sobre el deseo de aliviar el sufrimiento al que, como seres humanos, nos encontramos expuestos.

Entonces, si te encuentras en esa búsqueda, la meditación (mindfulness) puede ayudarte a descubrir y desarrollar tu mundo interno, compensando cualquier desequilibrio.

Mi propuesta es sencilla:

Si te suscribes, recibirás la meditación “Afrontar el estrés por medio del mindfulness en tiempos de crisis”. Un pequeño aporte para tu vida.

Te comento que regularmente envío e-mails con consejos sobre cómo llevar la vida con mayor tranquilidad y armonía. En cada uno de ellos ofrezco mis cursos, pero si en algún momento lo consideras, puedes darte de baja en tan solo dos clics.

Justo aquí abajo puedes entrar a formar parte de esta lista de aprendizaje y meditación.

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Si aún no lo tienes claro, veamos un poco más en detalle lo que está sucediendo en la actualidad.

Partamos del punto en el que se encuentra una buena parte de las personas, que no es otro que aquel donde NO se atiende, ni se cultiva la riqueza del mundo interior.

Y ese vacío lo ocupa un tornado de estímulos externos que compiten entre sí para captar nuestra atención y, en definitiva, para dirigir nuestra conducta.

En nuestra sociedad estamos tan bombardeados por estímulos externos que nos cuesta trabajo dar un paso atrás y mirar hacia el interior, un problema que se ha acentuado tras la pandemia,

Estamos sumergidos en una tecnologización de la existencia, sometidos a un exceso de informaciones nocivas, y todo esto afecta a nuestras emociones, influyendo a nuestra mente de manera poderosa.

Lo peor es que esto sucede, cada vez más, de modo sutil, sin que podamos darnos cuenta de ello, afectando progresivamente a lo que sentimos.

Quienes han asistido a alguna de mis conferencias seguramente me han oído decir que no me gusta hablar de “emociones negativas”, porque da la impresión de que se trata de algo malo para nosotros.

¡Que son malas en sí mismas!

Lo cual no es cierto.

Aunque pueden tener efectos desagradables, las emociones siempre tienen una “buena intención”. Y lo digo porque, a lo largo de la evolución de los seres vivos, las emociones de este tipo han podido ayudar a las personas a tomar decisiones adecuadas a las circunstancias que surgen en la vida.

Y esas decisiones nos llevan, en definitiva, a sobrevivir y a restablecer los equilibrios internos.

Especialmente, a mantener un ambiente interno estable y relativamente constante (un proceso también llamado homeostasis), que por alguna razón se pueda ver amenazada.

Por ejemplo: por la falta de alimentos, por la presencia de un predador, o por cualquier otra razón de supervivencia.

Es decir, que las emociones evolucionaron realmente para ayudarnos. Y por ello, son parte de nuestra naturaleza y están ahí para que sobrevivamos, para hacer que tomemos decisiones acertadas.

Por eso me gusta más llamarlas “emociones aflictivas”, en lugar de “emociones negativas”.

Aflictivas quiere decir que son dolorosas.

Porque eso es verdad, algunas emociones nos hacen sufrir y, en ese sentido, son muy parecidas al dolor físico.

Por supuesto, el dolor físico no nos gusta, pero está ahí para avisarnos de que hay algo que va mal y que tenemos que hacer algo para corregirlo.

Con las emociones aflictivas pasa lo mismo, pero a nivel emocional, a nivel psicológico.

Nos hacen sufrir porque hay algo que no va bien, hay algo que requiere nuestra atención y que requiere algún cambio.

Por eso decía que, aunque no nos lo parezca, las emociones nos quieren bien.

A pesar del sufrimiento que producen, nos quieren ayudar.

El problema con las emociones en los seres humanos es un poco especial, porque el cerebro humano es muy complejo.

Nosotros tenemos esa capacidad de prever el futuro, complicando mucho el papel de las emociones.

Es decir, que no es fácil coordinar lo que las emociones nos sugieren que hagamos, poseyendo esa extraordinaria capacidad de prever el futuro que tenemos.

Esto ya lo veremos en otro momento, pero es una de las razones por la que las emociones para los seres humanos se vuelven un poco engorrosas.

Entonces, ¿qué conviene hacer para, por una parte, aliviar el sufrimiento que producen las emociones y, por otra, aprovechar su valor para ayudarnos a decidir lo que tenemos que hacer?

Lo primero, va en relación con la consciencia.

Sucede que, como algunas emociones, son, como decía, aflictivas (nos hacen sufrir), tenemos esa tentación de evitarlas. Sobre todo cuando una emoción se repite. Cuando aparece en determinadas circunstancias vitales que nos preocupan, porque son situaciones que no tenemos resueltas y se convierten en situaciones problemáticas que se prolongan en el tiempo.

Pues bien, tenemos esa tentación de evitar hacernos conscientes de la emoción, porque claro, cuando nos hacemos conscientes es cuando realmente sufrimos.

Pero esa tentación no es buena, es decir, la evitación no es buena.

Es como meter la cabeza bajo el ala, pero no es lo correcto.

Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es caer en cuenta de que lo mejor para afrontar las emociones no es evitarlas, sino todo lo contrario, afrontarlas con plena consciencia.

Es decir, hacernos plenamente conscientes de ellas.

De hecho, hace ya casi cuatro siglos que el filósofo Baruch Spinoza se dio cuenta de que cuando somos  conscientes de las emociones, estas se modifican, se transforman y pierden intensidad.

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Lo que nos permite entender que al reconocerlas, podemos llegar a ser conscientes de que nuestra mente es la que genera muchos de nuestro malestar.

Y esto es justo lo que te propongo, que puedas llegar a ser consciente de lo que sientes.

Con una simple acción, imaginando o recordando una situación en la que típicamente aparece esa emoción y, una vez ha aparecido la emoción, sé lo más consciente que puedas.

Ahora, si te quedas en silencio y sintiendo tu cuerpo. Si en este momento sientes alguna emoción que te perturba… ¿Cómo se manifiesta esa emoción en tu cuerpo?

Teniendo en cuenta que las emociones son fenómenos, corporales, ante todo, estamos, curiosamente, acostumbrados a percibirlas como algo mental o bastante mental; pero, en realidad, es algo corporal que tiene su reflejo en la mente.

Por tanto, lo primero que conviene hacer es buscarlas a nivel corporal:

¿Dónde las sentimos?

¿Qué cambios nos producen en el organismo, en el cuerpo?

Hay que advertir que no todo el mundo tiene facilidad para encontrar esos cambios. Pero, por lo menos, es bueno intentarlo.

Por el contrario, mucha gente tiene una gran facilidad y enseguida las nota.

Notarlas en el cuerpo es una forma de localizarlas, es una forma de, digamos, tenerlas a mano, tenerlas a la vista.

El cuerpo se convierte en un escenario de las emociones y, entonces, si las localizamos en el cuerpo, tenemos ya una forma de contactar directamente con la emoción.

Esta sería la forma más directa.

 

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Otro aspecto, que también forma parte de una estrategia integral para lograr ser conscientes de las emociones, consiste en ponerles un nombre.

Igual que con lo anterior, a veces es fácil, a veces no.

Puede ser ira, tristeza, miedo, rabia, asco…

A veces, el nombre es muy fácil de poner, pero hay emociones complejas que nos resultan difíciles de reconocer.

Entonces, tampoco pasa nada si no podéis nombrarlas.

Quizás, en otro momento se puedan buscar listas de emociones en Internet y, a lo mejor, se puede identificar el nombre que mejor cuadra. De hecho, muchas veces es muy fácil ponerles nombre.

Se ha demostrado que nombrarlas tiene un efecto tranquilizador, un efecto modulador sobre la propia emoción. Si seguimos explorando cómo se manifiestan, veremos también que se presentan, frecuentemente, encadenadas.

Es decir, que a una emoción le sigue otra.

A lo mejor la rabia desemboca en tristeza, pongamos por caso. Entonces es bueno identificar las secuelas, por así decirlo, de las emociones (si es que las hay, si es que las encontramos).

Es decir, simplemente se trata de ir familiarizándose con todos esos fenómenos que surgen alrededor de la emoción.

Otra de las cosas que suele suceder es que aparezca una resistencia en nosotros. Y la resistencia, no es sino otra emoción.

Notamos una resistencia porque nos oponemos a algo que nos hace sufrir.

Entonces, si aparece esa resistencia, basta con que nos hagamos conscientes de ella, con que nos demos cuenta de su presencia.

También podemos preguntarnos qué pretende esta emoción. Es decir, ¿qué haría yo si me dejara llevar por la emoción?

Las emociones, en general, pretenden cosas; por tanto, están ahí para llevarnos a decidir algo o para empujarnos a una determinada acción.

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Por supuesto, en algunas ocasiones es fácil descubrir lo que pretende la emoción. Como por ejemplo, en el caso del miedo, que nos lleva a correr si hay algo a lo que debamos temer, revelando un peligro del que debamos huir.

Pero otras veces, las emociones son más complejas y no resulta tan fácil responder a esa pregunta. En cualquier caso, está bien que nos la planteemos.

Otra herramienta con la que podemos trabajar la emoción es la de procurar distanciarnos de ella. Esta es una técnica muy potente, ya que nos permite darnos cuenta de que las emociones no somos nosotros, aunque las sintamos en nosotros.

Se trata de darnos cuenta de que no somos la emoción.

Como la frase de Nisargadatta que decía aquello de “Tú no eres lo que te sucede, eres aquel a quien le sucede”.

Este proceso de desidentificación es importante porque nos va liberando de parte de los efectos no deseados de la emoción. Y resultado de toda esta concienciación es que la emoción cambia.

Es lo que Thich Nhat Hanh describe tan ingeniosamente con la metáfora de la patata, de cocer una patata.

Él dice que la patata es como la emoción y que la consciencia es como el fuego. Entonces, cuando la patata se somete al fuego, se cuece y se transforma.

En cualquier caso, la emoción nos sigue produciendo cierto sufrimiento, y para aliviarlo conviene emplear la estrategia que proponemos aquí: la compasión y la autocompasión.

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Hay que recordar que la compasión es la respuesta natural del ser humano ante el sufrimiento.

Entonces, a esa emoción aflictiva que nos hace sufrir, está bien que la tratemos con compasión.

Y aquí conviene recordar otra metáfora de Thich Nhat Hanh: la de la madre y el bebé que llora.

El bebé llora, a veces porque le duele algo, a veces porque tiene hambre.

Y, entonces, la madre lo mece y trata de apaciguarlo.

Es lo mismo que tenemos que hacer nosotros con la emoción: la tratamos bien, la tratamos con cariño.

Y tengo otra metáfora: la de comparar la emoción con una herida física.

Y, ¿qué hacemos con las heridas?

Pues con las heridas lo que debemos hacer es curarlas; es decir, cuidar de ellas, limpiarlas, ponerles desinfectante y, dependiendo de lo graves que sean, taparlas. Pero si la herida es demasiado grave, deberemos pedir ayuda.

Por eso la práctica de la atención plena, de la meditación, del mindfulness, es tan oportuna. Porque el sistema nervioso y los recuerdos no funcionan igual que los ficheros que tenemos en el ordenador.

En el caso del ordenador, cada vez que lo abrimos, si el archivo no está dañado, aparece siempre lo mismo.

En el cerebro, lo que sucede es que cada vez que abrimos un recuerdo, cada vez que rememoramos una cosa, hay un cambio en el fichero.

No puede ser de otra forma.

Es decir, que siempre que abrimos un archivo lo modificamos.

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Esa es la metáfora del ordenador. Cada vez que rememoramos una emoción, modificamos el archivo de esa emoción. Es decir, el recuerdo de la emoción va a ser distinto del que teníamos al principio.

Esto provoca que, conforme practicamos, conforme repetimos la práctica de las emociones, vamos transformando su recuerdo, vamos transformando la emoción.

Por eso, a veces, sí la emoción no es excesivamente fuerte, a lo mejor, con una o dos sesiones de meditación la habremos transformado por completo.

Pero, si es más fuerte, necesitaremos más sesiones para transformarla.

Esta es la esencia de lo que logramos con el mindfulness, lo que se puede esperar.

Por eso, es conveniente repetir la meditación, repetir este ejercicio de modo que la emoción vaya cambiando.

A veces, es necesario que pase cierto tiempo para que la emoción vaya cambiando, vaya transformándose.

Y este es, básicamente, el esquema de lo que logramos con la meditación.

Para ello,

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